Marzo 2022

Vivir y agradecer la hospitalidad 

En estos días asistimos conmovidos a la salida de Ucrania de millones de personas, en su mayoría mujeres y niños. Huyen de la guerra y de la muerte. Abandonan familias, pueblos y ciudades. De ser ciudadanos pasan a ser desplazados, sin suelo y sin patria, en busca de refugio. Los medios de comunicación nos aproximan sus rostros y podemos intuir en ellos el cansancio, el miedo, el dolor por las pérdidas y las despedidas.

Ante esta realidad, se van multiplicando iniciativas de personas que abren las puertas de sus viviendas en un gesto que va mucho más allá de ofrecer unas paredes y un techo. Personas que brindan hospitalidad, calor y abrazo a quienes difícilmente se sentirán totalmente “en casa” tras haber sido arrancados de sus hogares, pero a los que sin duda les llega ese gesto que les libra de estar a la intemperie y sin cobijo.

Estas iniciativas nos invitan a sumarnos a ellas en la medida de lo posible y nos invitan también a dejar que el significado hondo que encierran nos provoque y nos remueva. 

Si nos paramos a pensar, nos damos cuenta que ofrecer hospitalidad es un gesto pleno de sentido, un gesto que podemos vivir aunque no tengamos una vivienda física que compartir con otros, porque ofrecer casa tiene que ver sobre todo con brindar acogida al que llega a nosotros como extranjero, como extraño o, simplemente, como distinto. Y el primer lugar de acogida siempre es el corazón. 

La Biblia ofrece pistas para profundizar en la hospitalidad y nos enseña que abrir la puerta al extraño, no dejar que pase de largo, es un gesto que adentra en el Misterio, que conduce al encuentro con Dios. Encontramos esta idea en las primeras páginas de la Biblia, en la experiencia de Abraham en Mambré, y la volvemos a encontrar, con mayor radicalidad aún, en las palabras de Jesús cuando, en la parábola del juicio final, afirma que, cuando acogemos al forastero, es a ÉL a quien acogemos. 

Encontramos pistas para vivir la hospitalidad cuando leemos el evangelio y vemos a Jesús recorriendo caminos y generando espacios de encuentro: con una mujer extranjera en Tiro; con la samaritana en el Pozo de Sicar, con Zaqueo en su casa… Los textos hablan de escucha y acogida, de miradas que reconocen sin prejuicios, de diálogos que abren horizontes y amplían perspectivas, de dar y de recibir.

La hospitalidad nos provoca no sólo a abrir nuestras casas, sino a ir convirtiéndonos en hogar para los otros, porque si somos personas que vamos por la vida generando ambientes en los que se puede encontrar apoyo y descanso, si, allí donde estamos, las personas son reconocidas por su nombre y acogidas con su equipaje, si generamos relaciones de horizontalidad, de empatía y escucha, los otros se sentirán “en casa” y seremos, todos, más hermanos y más humanos. 

Así pues, agradezcamos a todas estas personas generosas que, abriendo sus puertas, nos recuerdan cuánto necesitamos ser casa unos para otros para que nuestra sociedad sea más humana y habitable.